Para Polanyi, el capitalismo liberal fue la respuesta del hombre al desafío impuesto por la revolución industrial. Los efectos que ha causado la transformación de la economía en un sistema de mercados autorregulados nos ha puesto a pensar en la validez de los supuestos que fueron base de tal transformación. La economía de mercado nos ha legado una visión simplista de la función y el rol económico en la sociedad. Es necesario identificar una visión más realista del mundo humano y de la economía. El retorno a las ideas de pasado no nos muestra el camino a seguir, pero si nos puede demostrar algunos hechos históricos.
La sociedad de mercado no instituyó el mercado, pero sí organizo a toda la sociedad en torno a éste. Impuso el paradigma concerniente a que el hombre tenía motivaciones materiales y debido a ellas es que trabajaba y producía. El trabajo y la tierra se convirtieron en mercancías, se les trató como si fueran producidas para la venta. El mecanismo de mercado resultaba hecho para ellas. El precio de la fuerza de trabajo se le llamó salario y el de la tierra se le llamó tierra.
Así se entregó el destino del mismo hombre y de nuestro hogar común al mecanismo autómata del mercado. Eso nunca se había visto antes, por eso poner al mercado como el supremo regulador de todo constituyó un fuerte trauma para las sociedades del siglo XIX. Todas las sociedades anteriores a la Revolución Industrial, restringían los mercados a las verdaderas mercancías, no lo extrapolaban al trabajo humano o a la tierra. Cuando se quitaron estas restricciones: se liberalizó el mercado laboral y de tierras, se eliminaron las ayudas a los pobres y se dejó circular libremente las mercancías entre los países, se produjeron unos efectos gravísimos. Ahora vemos que sus consecuencias se han agravado aún más y están generando severos desequilibrios sociales y ambientales.
Con respecto al tema de los motivos económicos, el hambre y la ganancia se proclamaron como los auténticos incentivos de la producción. Sin embargo, no existe en realidad ningún motivo económico per se. Considerar los dos antes mencionados fue un efecto de organizar la producción en términos del mercado. En este sistema el hombre únicamente puede sobrevivir si compra bienes en el mercado con la ayuda de un ingreso que se deriva de vender otros bienes en el mercado.
Este argumento convenció a los economistas y a la misma sociedad. No obstante, no tiene fundamento. En ninguna sociedad se apela al hambre ni a la ganancia como motivos para producir y cuando sí se hace es porque están fusionados con móviles igual o más poderosos. La economía humana está inmersa en relaciones sociales. El hombre no es un ser económico, sino un ser social. Los incentivos provienen de una gran diversidad de fuentes. Y si consideráramos que los motivos económicos naturales son el hambre y la ganancia, entonces deberíamos juzgar a todas las sociedades antiguas como no naturales. La ganancia universal nunca se les habría ocurrido a nuestros antepasados. El hombre nunca fue tan egoísta como lo exigía la teoría.
Según las investigaciones de Malinowski, Thurnwald, Loeb, Mead, el hombre valora los bienes materiales principalmente como medio para asegurar su posición y aspectos sociales, no con el fin de salvaguardar su mero interés monetario individual. Ellos hicieron estudios en pueblos como los kaffires, los kwakiult, los arapesh, los nuzi, entre otros y llegaron esa conclusión: que las interacciones entre los hombres y su ambiente natural tenían múltiples aspectos y el de la dependencia económica solo era uno de ellos.
El mecanismo de mercado creó además el espejismo del determinismo económico, el cual hace referencia a que el sistema económico no solo influye en la sociedad, sino que la determina. Como diría Maine “el contractus sustituyó al status” o en palabras de Töiness “la sociedad sustituyó a la comunidad”. En palabras de Polanyi “en lugar de un sistema económico encastrado en las relaciones sociales, éstas relaciones se hallaban ahora encastradas en el sistema económico”. A partir de esa concepción todas las personas y las instituciones se debían acomodar con respecto a lo que dictaminara el mercado, incluso la familia, el Estado, la ciencia, la educación, el arte, la religión…
La creatividad del hombre ha estado en desuso desde que se permitió al mercado triturar el tejido humano y convertirlo en una uniformidad homogénea para todos. La civilización industrial desarticuló los elementos constitutivos del ser del hombre. Todo lo enunciado en los anteriores párrafos se originan, según Polanyi, por haber dividido la unidad vital humana en un “hombre real” inclinado a valores materiales (hambre y ganancia), y un “hombre ideal” que se inclina a valores ideales (honor, deber, costumbre, reputación). Esa falsa división originó todo.
Una cuestión que serviría para superar nuestra mentalidad de mercado sería la de volver la mirada a autores clásicos como Aristóteles para analizar su concepto del hombre, de la sociedad y la economía. Según Aristóteles la economía concierne directamente a la relación entre las personas (que constituyen la institución de la casa) con el fin de satisfacer las necesidades de sus miembros.
Él no considera que el factor central de la economía sea la escasez, a diferencia del postulado que manejan autores contemporáneos. Ese rechazo se fundamente en las condiciones de la vida animal y a partir de ahí se extiende al hombre –animal político-. Para Aristóteles la riqueza está compuesta por las cosas necesarias para la conservación de la vida de los miembros de la comunidad. Para él, las necesidades humanas y su satisfacción presuponían y exigían la existencia de instituciones y costumbres. Tomando en cuenta sólo las instituciones correctas y la comprensión correcta de la buena vida, Aristóteles no dejo ningún espacio para la escasez en la economía humana.
Referencias:
Polanyi, K. ([1947] 2012). Sobre la creencia en el determinismo económico. En Textos escogidos de Karl Polanyi (págs. 309-316). Buenos Aires: Los Polvorines.
Polanyi, K. ([1947] 2012). Nuestra obsoleta mentalidad de mercado. En Textos escogidos de Karl Polanyi (págs. 292-308). Buenos Aires: Los Polvorines.
Polanyi, K. ([1957] 2012). Aristóteles descubre la economía. En Textos escogidos de Karl Polanyi (págs. 113-142). Buenos Aires: Los Polvorines.
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