En primer lugar, cabe recordar que el acto sexual es querido por Dios como el de acto de unión más pleno y total entre un hombre y una mujer en el matrimonio, abierto siempre a la vida. Sin embargo, por el pecado ese gran impulso se ha desordenado.
Lo sexual se ha desvirtuado, se ha trivializado, se ha convertido en un juguete de poco valor. La intimidad corporal y la intimidad de las relaciones sexuales ha salido a exposición pública a través de la difusión en revistas, películas, y páginas en internet, fotografías y videos de hombres y mujeres con poca o ninguna ropa; y peor aún, haciendo el mismo acto sexual.
Por este motivo, lo sexual han perdido su valor y su sentido. Se ha hecho un producto más de consumo (otro elemento que el capitalismo ha incluido en su lógica del mercado). La reducción de la persona a un simple medio es muy evidente y muy triste.
La trivialización del sexo también hace referencia al sexo seguro qué es la actitud de evitar las responsabilidades implícitas de la unión sexual (por ejemplo, la posibilidad de un embarazo). No obstante, esta actitud es denigrante y cobarde porque despoja de sentido al acto sexual y no afrontar con madurez las consecuencias de sus actos.
A pesar de esa actitud dominante, existen jóvenes y adultos que viven una sexualidad más madura, una sexualidad que no se limita a la genitalidad y que por tanto sabe esperar.
Esperar es continuar una relación de respeto y amor a todos y todas, que impulse una preparación perseverante para ser mejor esposo y padre en el futuro.
La complementación mutua genuina de la conyugalidad (cuando varón y mujer se unen en el matrimonio) es la relación sexual, que para ser auténtica debe ser: unitiva (en la cual cada uno se dona libre y amorosamente por completo al otro y se hacen “una sola carne”) y procreadora (abierta a la vida). Si alguna de ellas no se da, el acto no es bueno.
Fuente: "Fundamentos de Antropología Filosófica" de Ricardo Yepes Stork e ideas personales.
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