Introducción
En los últimos años en diferentes países del mundo e involucrando a múltiples actores, se viene realizando una larga y compleja discusión en torno a los cambios en la realidad laboral. Esta discusión incluye temas muy variados, como la transformación estructural del trabajo debido a la revolución tecnológica, las nuevas y exigentes demandas del mercado laboral, los cambios en los salarios y sus consecuencias en la estructura social, las propuestas de reducción del tiempo laboral, etc. Existe una gran cantidad de artículos, informes y libros que tratan estos temas, y todos ellos, de una manera u otra, se desprenden de un consenso, un tanto difuso, en torno a la necesidad de repensar el concepto mismo de trabajo “tal y como lo conocemos”.
El trabajo constituye un pilar fundamental en las ciencias económicas para comprender el funcionamiento de todo el sistema económico. Sin embargo, los economistas tienen una concepción muy sesgada del trabajo, sobre la cual han construido todas sus teorías y modelos, que después se aplican, en mayor o menor grado, a las políticas públicas, las decisiones empresariales y al mismo paradigma económico-social que impera actualmente.
El ensayo tendrá la siguiente estructura: primero se dará a conocer el objetivo del mismo, luego se responderá una pregunta acerca de los autores a estudiar. Después, se enunciará la tesis y se hará una argumentación para sustentarla antropológicamente, para posteriormente exponer detalladamente los diferentes ítems de la tesis y finalmente se hará una conclusión.
El objetivo de este ensayo no es analizar las discusiones enunciadas anteriormente, sino repensar y reformular el concepto de trabajo con todas sus implicaciones, a partir del análisis de algunos escritos de Marx y Wojtyla. Las ideas de estos autores parecerían contrarias, pues, en efecto, tienen una concepción antropológica del hombre y proyección de la sociedad muy diferentes; pero tienen aspectos comunes y el presente ensayo se basará en ellos para formular la tesis y construir argumentos.
Pero, ¿por qué abordar este tema desde dos orientaciones contrarias (la de Marx y la de Wojtyla)? Porque la teoría marxista es “la tradición teórica que más decididamente se inspira en valores emancipatorios al servicio de una transformación social que aumente los grados de autonomía y autorrealización de los individuos” (Noguera, 2002) Y con respecto a Wojtyla porque él mismo ejerció en el mundo obrero y “conoció de primera mano, dos formas de opresión política: el totalitarismo nazi y la dictadura comunista, motivos que lo llevaron a escribir y publicar varios documentos, discursos y homilías alrededor de la cuestión laboral” (Peraza, 2013). Además, porque “desarrolló con singular profundidad el tema de la auto creación del hombre por el trabajo” (Buttiglione, 1984). Estos dos autores han sido estudiados por muchos académicos; sin embargo, no existen (o no son conocidos) análisis sistemáticos de sus teorías concernientes al tema que interesa aquí: el trabajo humano.
Enunciaré algunas de sus diferencias principales: Marx es materialista y Wojtyla reconoce la dualidad materia-espíritu del hombre; Marx contrapone el capital al trabajo y sataniza el capital, mientras que Wojtyla reconoce que el capital y el trabajo se complementan, aunque éste tiene prioridad sobre aquél; Marx aboga por la lucha de clases y Wojtyla por una comprensión mejor entre las personas, y, por último, Marx defiende la revolución y la implantación del comunismo, a diferencia de Wojtyla quien admite que debe haber un cambio, pero no hacia el comunismo y no de manera violenta, sino respetando a las personas y sus pertenencias.
Tesis
Las anteriores diferencias son grandes, pero ellos también tienen puntos comunes y es allí donde encuentro los argumentos para mi tesis, según la cual, el trabajo tiene 4 fines: satisfacer las múltiples necesidades humanas, transformar el medio natural, colaborar en el desarrollo de la comunidad y, sobre todo, desarrollar las capacidades de la persona para que esta logre su autorrealización.
Argumentación
La cuestión de la naturaleza humana ha sido muy debatida en los últimos siglos y ha dado lugar a interpretaciones muy variadas. Pero para comprender la tesis que estoy planteando, hay que partir de una determinada concepción antropológica de la persona, según la cual esta tiende a desarrollarse hasta alcanzar su fin, y el fin de la persona es ejercer sus facultades, desplegar todas sus potencialidades y perfeccionar al máximo sus capacidades.
Dado que la concepción filosófica del hombre es un elemento esencial dentro del sistema económico, aclaro que la tesis defendida parte del hecho de que en el universo existe un orden (no es un orden estático, sino dinámico) y de que todos los seres vivos y el universo entero tienen un aspecto teleológico, el cual se define como “la tendencia de todo ser a crecer y desarrollarse hasta alcanzar su propio fin (Yepes Stork & Aranguren Echevarría, 2003). Así se concluye que también la persona tiende a desarrollarse hasta alcanzar su fin.
¿Pero cuál es el fin de la persona? Primero, ejercer sus facultades: la inteligencia, la voluntad, la estética, la afectividad; segundo, desarrollar y perfeccionar sus capacidades. Ese desarrollo se dirige a conseguir el objeto de esas facultades: el objeto de la inteligencia es la verdad, el de la voluntad es el bien, el de la estética es la belleza y el de la afectividad es el amor.
Respondida así la cuestión de la naturaleza humana, la pregunta que surge ahora es otra: ¿la persona es capaz de llegar a ser aquello que está llamada a ser?
Albert Camus contestó “el hombre es la única creatura que se niega a ser lo que es” (Camus, 1953). Pero se podría responder de una manera diferente: “la naturaleza humana invita a alcanzar el fin que le es más propio, no a conformarse con su punto de partida, sino a aceptar la tensión del anhelo de perfección que hay en ella. El hombre es un ser intrínsecamente perfectible que perfecciona el modo de satisfacer necesidades a través la técnica. A esto se le puede definir como trabajo” (Yepes Stork & Aranguren Echevarría, 2003).
Ahora daré una explicación más detallada sobre los 4 fines del trabajo antes mencionados, cabe destacar de antemano que estos 4 fines están estrechamente relacionados y que no en la realidad no están separados, sin embargo, para que sea más fácil analizarlos, se han dividido:
1. Satisfacer las necesidades
El hombre trabaja para obtener aquello que necesita. Los hombres laboran, en primera instancia, para solventar sus necesidades básicas de alimento, vestido y vivienda. Estas necesidades provienen de la corporeidad, materialidad y animalidad del hombre. Sin embargo, la satisfacción de estas no está determinada por el instinto, a diferencia de los animales. El hombre no tiene determinados los medios, él los escoge y usa con respecto a su conveniencia, haciendo uso de su inteligencia y libertad.
Como decía Hegel “el animal halla inmediatamente ante sí lo que es necesario para la satisfacción de sus necesidades. El hombre, por el contrario, produce y modela él mismo los medios con cuya ayuda satisface las suyas” (Hegel, 1984). El cuerpo del hombre no está especializado y necesita crear y usar herramientas para modificar el ambiente y obtener lo que necesita de él.
Para Marx, hay dos necesidades claves, la de producir los medios de vida –“el hombre civilizado ha de luchar contra la naturaleza y ha de hacerlo en todas las formas de sociedad y bajo todos los modos de producción posibles” (Marx, Sociología y filosofía social, 1967)– y la de reproducir a la especie. Wojtyla explicita que “todos los medios de producción, desde los más primitivos hasta los ultramodernos, han sido elaborados gradualmente por el hombre: por la experiencia y la inteligencia del hombre” (Wojtyla, 1981).
Sin embargo, debemos ver que las necesidades humanas abarcan muchos aspectos, más allá de la mera subsistencia y la reproducción. La persona necesita amor, cuidado, atención, afecto, intimidad, protección, escucha; necesita espacios para aprender, cooperar, expresar, jugar, imaginar, crear, inventar, interpretar; necesita forjar una identidad y ejercitar sus derechos y deberes en un marco de autonomía y libertad.
Los economistas clásicos como Smith y sus contemporáneos consideraban que los motivos para producir, eran el hambre y la ganancia y eso hacía que los trabajadores únicamente laboraran con el fin de solventar sus necesidades básicas de alimento y de vivienda. Pero “si en el siglo XIX se consideró que el hambre y la ganancia eran económicas, ello fue la mera consecuencia de organizar la producción bajo una economía de mercado. (…) Pero este supuesto carece de fundamento. En todas las sociedades humanas descubrimos que no se apela al hambre ni a la ganancia como incentivos para producir y cuando sí lo hace es porque están fusionados con otros móviles tanto o más poderosos” (Polanyi, 1947).
2. Transformar el medio natural
Esto constituye la definición objetiva del trabajo, según la cual, la persona organiza y transforma la naturaleza en la que vive. “Para Marx, el trabajo es en principio un acto que sucede entre el hombre y la naturaleza. El hombre pone en movimiento su inteligencia y sus fuerzas con el fin de asimilar materias para darles una forma útil para su vida” (Hirata & Zariffian, 2007). Así, “el trabajo no es una mera adaptación a la naturaleza sino una transformación consciente e intencional de las condiciones naturales” (Isorni, 2011).
Podría pensarse que transformar la naturaleza no constituye un fin en sí mismo, pero según Marx “en el trabajo humano, la acción orientada al objeto no es idéntica con la satisfacción inmediata de la necesidad, porque no aspira a aferrar al objeto natural previamente dado y adecuado para el consumo, sino a transformarlo” (Màrkus, 1974). Por tal motivo, el trabajo también tiene el fin de transformar el medio, no sólo de satisfacer necesidades.
Wojtyla explica en este punto que el trabajo, aunque empieza en el hombre, siempre “está dirigido hacia un objeto externo, supone un dominio específico del hombre sobre la tierra y a la vez confirma y desarrolla este dominio” (Wojtyla, 1981). El trabajo siempre está dirigido a transformar algo en la Tierra y esta transformación se realiza gracias a la técnica.
Para el polaco, la técnica es creada por el cerebro humano y la entiende “como un conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo. La técnica es indudablemente una aliada del hombre. Ella le facilita el trabajo, lo perfecciona, lo acelera y lo multiplica” (Wojtyla, 1981). Sin embargo, las personas se han dado cuenta que la técnica ha crecido de manera desmedida en el último siglo y ha llegado a afectar gravemente a la naturaleza, debido a que algunos pensaron que la naturaleza se podía explotar sin límites y no tuvieron reparo en contaminar y destruir nuestro hogar común.
El mismo Wojtyla reconoció este grave peligro y le añadió una amenaza aún mayor, explicándolo así: “la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del hombre, cuando la mecanización del trabajo «suplanta» al hombre, quitándole toda satisfacción personal y el estímulo a la creatividad y responsabilidad” (Wojtyla, 1981). En suma, este avance desproporcionado de la técnica se podría resumir en que el hombre ya no domina la técnica, sino que la técnica ha llegado dominarlo a él. Estos dos graves problemas mencionados han generado severos desequilibrios ambientales y sociales que ahora son un foco frecuente en los debates nacionales e internacionales.
No obstante, se podría volver la mirada a la concepción que tiene Yepes acerca de la benevolencia, según la cual “lo importante de la benevolencia es que con ella respetamos y reconocemos el valor de lo real en sí mismo, y no sólo para nosotros. Así, el hombre se convierte en un perfeccionador de la naturaleza, en cuanto le ayuda a llegar a su propia plenitud” (Yepes Stork & Aranguren Echevarría, 2003). De esta manera se determina que el hombre en realidad no es un riesgo per se para la naturaleza y para sí mismo, sino que el trabajo posee un problema ético y depende del hombre si decide mejorar o destruir el mundo, que le rodea y del cual hace parte.
3. Colaborar en el desarrollo de la comunidad
Esta constituye la dimensión intersubjetiva del trabajo, según la cual, la persona interactúa con otros y de esta manera contribuye a que su entorno social (familia y comunidad) mejore.
Para Marx la producción es intrínsecamente una relación social, en el sentido de acción conjugada de diversos individuos. Él puntualiza que son fundamentales las relaciones sociales y políticas en las cuales se enmarca el trabajo. “El modo de producción es el concepto que emplea Marx para referir el complejo proceso por el cual los hombres interactúan simultáneamente con la naturaleza y entre sí. Se compone de dos partes: relaciones de propiedad (cómo los hombres trabajan con otros y para otros) y las fuerzas productivas (que incluye, ante todo, a la fuerza de trabajo)” (Isorni, 2011).
El economista Polanyi también enunció que “la producción no es un asunto individual, sino colectivo. En el hombre, entendido como un animal político, todo está dado por las circunstancias sociales, no por las naturales.” (Polanyi, 1947)
Para Wojtyla, el trabajo “une a los hombres y en esto consiste su fuerza social: la fuerza de construir una comunidad” (Wojtyla, 1981). Así el trabajo permite la creación y consolidación de verdaderas comunidades que trabajen a favor de una transformación (no explotación) de la naturaleza y del mismo ambiente humano.
“La unión de los hombres para asegurarse los derechos que les corresponden, nacida de la necesidad del trabajo, sigue siendo un factor constructivo de orden social y de solidaridad, del que no es posible prescindir” (Wojtyla, 1981). De este modo, con el trabajo se robustecen las relaciones interpersonales mediante el vínculo de las responsabilidades compartidas, de la solidaridad, del compromiso colectivo para alcanzar el bien común.
Wojtyla, siguiendo las enseñanzas del Evangelio, orienta toda su doctrina hacia la consecución del bien común, que es “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (Pablo VI, 1965).
El bien común necesita un contexto de orden estatal que garantice la satisfacción de los derechos fundamentales de la persona y que apoye la construcción y consolidación de diversas organizaciones de la sociedad civil como la familia, la escuela, la universidad, las asociaciones ciudadanas, los partidos políticos, los sindicatos, los grupos religiosos… en donde las personas puedan encontrar espacios (como se mencionaba en la explicación del primer fin) para aprender, cooperar, expresar, jugar, imaginar, crear, interpretar, forjar una identidad y ejercitar sus derechos y deberes en un marco de autonomía y libertad.
4. Desarrollar las capacidades de la persona para que esta logre su autorrealización
Esta constituye la definición subjetiva del trabajo, según la cual el hombre trabajando se perfecciona a sí mismo, fortalece sus capacidades, desarrolla sus habilidades y destrezas, acrecienta sus conocimientos y su experiencia, se hace apto para nuevas tareas, es capaz de crear, inventar e interpretar. En suma, despliega todas sus potencialidades.
Marx dice que el trabajo “es esencialmente una actividad teleológica e intencional que le da al ser humano, en consecuencia, un carácter libre y consciente. Por esta razón, el trabajo no se reduce a mera actividad económica, pues implica el proceso de auto creación del género humano en múltiples facetas.” (Ventura, 2013). “Marx creía que el hombre es infinitamente perfectible, según él las facultades humanas, latentes y potenciales tienen una capacidad ilimitada de desarrollo” (Isorni, 2011) Para él, el trabajo es expresión del hombre y de sus facultades físicas y mentales.
Sin embargo, para Marx, el capitalismo ha deshumanizado el trabajo radicalmente. Él alude a las relaciones de producción como factores determinantes del desarrollo personal. La alienación consiste en trabajar para otro y hacer que el trabajo sea un simple medio para sobrevivir, no que sea un fin en sí mismo.
Para Marx, en el esquema capitalista, el trabajador se percibe a sí mismo solo cuando no está trabajando y cuando está trabajando no tiene percepción de sí. En cambio, para Wojtyla sucede lo contrario sólo en el trabajo, que es un actus personae “el hombre es capaz de hallarse a sí mismo y percibir su verdadero rostro junto al rostro de los demás. La realización de la persona en la acción depende de la unión, activa y creadora hacia dentro. En la antropología de Wojtyla, es el hombre quien determina las formas de producción y no viceversa” (Pinto & Letelier, 2016).
Wojtyla hace énfasis en que “el sujeto propio del trabajo sigue siendo el hombre (…) capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Considerar el trabajo como algo propio del hombre lleva a concluir que el trabajador, el hombre que trabaja, es el principio, sujeto y fin de la actividad laboral” (Wojtyla, 1981). Por esa razón, en esta dimensión subjetiva el trabajo vale por quién produce, no por cuánto produce. La primacía es para el trabajador, no para su obra.
Conclusiones
A pesar de que no exista propiamente un diálogo entre Marx y Wojtyla, sí hay una gran semejanza en el tema abordado: el trabajo humano, y también hay cierta similitud entre sus argumentos, pues de allí obtuve mi tesis principal.
Marx tiene el gran mérito de considerar al hombre en una mayor integridad, a diferencia de otros economistas clásicos y contemporáneos. Él le dio importancia al hombre por sí mismo, aunque lo desprendió de su trascendencia sobrenatural. Marx elaboró una fuerte crítica hacia el capitalismo y su tremenda explotación hacia los trabajadores. En su época había grandes desigualdades y hoy esas diferencias son más extremas, según OXFAM (basado en datos del Credit Suisse), “desde 2015, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el resto del planeta y actualmente, ocho hombres poseen la misma riqueza que 3.600 millones de personas (la mitad de la humanidad)” (OXFAM , 2017)
Por tales motivos, en nuestra época, las críticas marxistas tienen aún vigencia. Se han profundizado las desigualdades sociales y el ser humano ha sido absorbido por mecanismos impuestos por el consumismo. Mientras el funcionamiento de la sociedad actual no potencie el desarrollo de los individuos se seguirá imponiendo la ciega y riesgosa necesidad de acumulación de riqueza, la cual es una actitud típica de los capitalistas. “Mientras la economía de libre mercado propone la competencia entre individuos aparentemente iguales como mecanismo económico para alcanzar el bienestar social, y el comunismo sólo puede alcanzarse a través de la lucha violenta de clases, el catolicismo propone la solidaridad a partir de que el individuo es persona, y como tal es único e irrepetible, y es importante por sí mismo, independientemente del grupo social al que pertenezca. El catolicismo aporta una visión del hombre sobre la cual no funcionarían los dos grandes sistemas económicos: el capitalismo y el comunismo” (Aguilar, 2001)
Tanto para Marx como para Wojtyla, el trabajo es una actividad vital del hombre y tiene los cuatro fines anteriormente expuestos. Sin embargo, difieren en su concepción sobre las condiciones en las que el trabajo puede cumplir con esos fines. La diferencia es muy grande.
Marx propone la implantación del comunismo, porque únicamente a través de la abolición de la propiedad privada es que se lograra que el trabajo sea un fin en sí mismo y no un medio de supervivencia. Wojtyla se libera de ese determinismo tecnológico y desarrolla la dimensión subjetiva, la cual no está limitada a la posibilidad de elegir dónde y cuándo trabajar, sino que depende de la posición del individuo frente al trabajo, que es intrínsecamente dignificante al ser un ámbito de expresión de libertad y de realización de la persona.
Finalmente, Wojtyla afirma que “el trabajo es un bien del hombre -es un bien de su humanidad-, porque mediante el trabajo el hombre no solo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre” (Wojtyla, 1981).
Referencias
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