10/6/17

Más allá del materialismo

El propósito de todos los materialismos es negar la parte espiritual del hombre. Resultan insuficientes, pues aunque tiene algo de verdad, hay muchos errores. Algunos análisis son correctos, pero sus soluciones no, pues absolutizan una sola dimensión del hombre y todos los seres: la dimensión material. Sobre eso construyen cosmovisiones, sistemas económicos y políticos que prescinden de Dios y de toda trascendencia.
  1. El cientificismo tecnicista (“terrorismo de los laboratorios”)

La ciencia ciertamente ha traído progreso y soluciones a muchos problemas. Eso hay que valorarlo. Pero es inadmisible que tras la llamada “ciencia” se escondan posturas ideológicas que intenten afirmar o validar errores.

Se piensa que sólo la ciencia empírica es conocimiento; por tanto, sólo la tangible o cuantificable es real. Así, todo se puede y se debe explicar de la ciencia experimental. De hecho, hay una pretensión de cientificidad, que llega a rechazar la estética, la ética, la filosofía y la religión. La confrontación entre ciencia y fe es un falso dilema, pues son dos modos necesarios y complementarios para comprender la realidad entera.
  1. El ateísmo y el inmanentismo antropológico

No hay apertura a Dios ni a la trascendencia. Toda la reflexión se hace entorno al nuevo absoluto: el hombre, amo de la realidad y centro de todo. Dios queda reducido a un ídolo (hechura humana). Pero negar a Dios es negar al hombre, pues sin Dios tampoco hay ley trascendente y fundante.

El ateísmo y el anti cristianismo es un fenómeno occidental, propiamente europeo. Y la evidencia demuestra que cuando el hombre niega a Dios ha quedado más manipulable (totalitarismos fascistas y comunistas). La democracia fácilmente degenera en el totalitarismo, ya que cuando el hombre es privado de identidad y orientación, queda vulnerable a ser víctima de cualquier ideología.

Además, en los estilos de vida se refleja el materialismo, considerando al hombre como un consumidor y un mismo objeto de consumo. No le interesa su identidad personal. El progresivo consumismo es una verdadera exaltación del libertinaje. Se piensa en libertad como vivir sin reglas y haciendo lo que viene en gana; resultado esto más bien una esclavización de los instintos y los caprichos personales que intenta asemejarse a los estándares de consumo del entorno social.

Si no se reconoce la verdad, triunfa la fuerza y cada uno hace todo lo posible por dominar. La única alternativa es el retorno del hombre sobre sí mismo de afirmar su dignidad personal.
  1. ¿Autonomía del hombre o dependencia de Dios?

El materialismo no puede conciliar la libertad humana y la divina pues considera absolutas a las dos. Sin embargo, la libertad humana es finita porque el hombre es una criatura y experimenta todos los días su limitación.

Someterse a otra libertad finita es esclavitud, pero someterse a la Libertad (que es fundamento y principio del ser) es la única manera de realizarse plenamente alcanzando la felicidad a través del amor. Somos “criaturas”, no “hechuras”. Dios no necesita de nosotros, el da el ser libremente y por amor.

El hombre libre no es objeto instrumental para los demás, ni para Dios; él es autónomo y responsable de sus actos. Pero no tiene una autonomía total porque no es causa de sí mismo, ni fuente primera de la ley.

Nuestra autonomía es expresión de una teonomía, ello implica dependencia de un sujeto superior, que no destruye nuestra autonomía, sino que es su fundamento. Somos libres, pero no somos la Libertad. Y nunca somos tan libres, sino en la imitación y adhesión a esa Libertad. La tragedia más grande es el pecado pues el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios es bueno, actúa egoístamente oponiéndose a Dios.

El hombre ateo, agnóstico o apóstata se podría haber disminuido y humillado por la trascendencia divina; pero esto sólo es una percepción subjetiva no la realidad objetiva. Aunque lo nieguen, Dios no ha desaparecido ni desaparecerá jamás.

Fuente: "Horizonte vertical" de Ramón Lucas Lucas e ideas personales.

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