Mandela dijo que “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Yo también afirmo que la educación juega el papel más importante en la construcción de paz en cada nación y en el mundo entero; ya que, ella permite que cada individuo se reconozca como un ser único y como un ser en relación con otros.
Cada ser humano es único, tiene su particularidad y posee una dignidad insustituible. Sin embargo, el ser humano no se puede desarrollar en ausencia de vínculos sociales, pues desde que nace hasta que muere está en continua relación con las demás personas. ¿O hay alguien que se baste a sí mismo para sobrevivir y realizarse?
No obstante, cuando existe una relación humana se genera, inevitablemente, el disenso en el cual dos o más individuos entran en conflicto por variadas razones. Esa diferencia es natural e imprescindible, pues de lo contrario todos pensaríamos lo mismo y seríamos como robots. Tal libertad de pensamiento es distintiva de la naturaleza humana. El hombre piensa, se expresa, crea y ama libremente, es decir, sin necesidad de que alguien o algo lo obligue.
La resolución del disenso se puede dar de dos maneras claramente diferentes entre sí: el diálogo y la confrontación.
El diálogo permite que cada individuo exprese sus pensamientos, emociones y sentimientos; así, los demás se dan cuenta de la percepción del otro y tienen una visión más completa de la realidad. De esta manera, cada persona puede colaborar en la formación del consenso, por el cual todos, o la mayoría de los involucrados, toma una decisión conjunta que todos acatarán y respetarán con el fin de coexistir en paz.
Pese a que el diálogo es la mejor solución, nuestra falta de educación en el diálogo, hace que el disenso se convierta rápidamente en una pelea, impidiendo que se produzca todo lo anterior: no permite la expresión, la colaboración, el respeto y la decisión conjunta. Por el contrario, favorece la incomprensión entre los individuos conllevando a la violencia entre sí.
La familia es el primer lugar donde la persona aprende y es allí donde se debe aprender a dialogar con el fin de resolver conflictos sin necesidad de recurrir a la violencia.
Del mismo modo, las instituciones educativas deben formar a los estudiantes en el diálogo para la paz. La verdadera educación invita e impulsa a cada ser humano a desarrollarse integralmente para alcanzar su plenitud coexistiendo pacíficamente consigo mismo y con los demás.
La educación debe involucrar todas las facetas de la vida humana. El método de la educación debe ser la formación de la integridad de la persona humana, sin encasillarse o reducirse a cierta ideología que no contemple al ser humano completo. El hombre en el fondo de sí mismo busca el bien, la verdad, la belleza y la paz. Sólo hay que ayudarle a vivir según lo que anhela en el fondo de su ser.
Además, los sistemas educativos, que en la actualidad se están reformando en muchos países del mundo deben recordar a sus protagonistas: el educando y el educador y debe dejar de enfocarse en cosas secundarias: los contenidos, las tecnologías, los edificios, los medios de comunicación… En fin, el centro de la educación es la persona humana, a la que se le debe asegurar una educación integral de calidad que busque la paz.
La educación es una tarea que todos compartimos y que permite la realización del hombre y de la sociedad. Si ella cumple su función, de manera conjunta con padres, profesores y alumnos, puede ser un ambiente que favorezca la solución de los problemas por la vía del diálogo con el fin de construir una sociedad de paz, donde cada persona reconozca y respete su individualidad y la de los demás.
¿Muy difícil?
¿Y si dialogamos?
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